Moc y Poc son dos caballeros capaces de mantener diálogos desopilantes, redactar cartas absurdas y protagonizar divertidísimas situaciones, pero sin proponérselo.
Un libro para explorar las conexiones entre la lógica y el humor, y para que nos reconozcamos en lo poco o mucho que tenemos de ellos. Ilustraciones de O’Kif.
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2003.
Colección Próxima Parada Alfaguara, Serie Naranja.
Línea aérea… Estimado señor Presidente: Me dirijo a usted como señor Presidente pues supongo que su línea debe tener un Presidente, además de pilotos que vuelan sus aviones, ya que de hecho sería tan raro que existiera una línea aérea sin Director como un Director de línea aérea sin línea aérea, aunque, por cierto, conozco una orquesta de cámara que no tiene Director y a un Director de orquesta que no dirige una en especial y viaja invitado a todas partes.
Quizás yo debiera preguntarle: ¿usted dirige su propia línea aérea o va dirigiendo aquí y allá según lo inviten?
En cualquier caso espero que esta carta coincida con que usted esté dirigiendo allí donde la envío.
Por otra parte, espero que no tome a mal que lo llame señor sin conocerlo, pues no debo suponer que es un truhán o encabezar mi carta con un “Pedazo de tonto…”, pues para llegar donde llegó puede ser cualquier cosa menos tonto, a menos que sea un tonto que otros más inteligentes ponen en ese lugar para gobernar la línea aérea a su gusto.
Si éste es el caso, le ruego que no se moleste en contestar mi carta, ya que no es de tontos dar respuestas inteligentes y, si no brillantes al menos correctas, a menos de que sean respuestas sobre cosas muy simples y aún así no me fiaría.
Si usted no es un tonto al servicio de gente más inteligente, le agradeceré, entonces sí, que conteste simplemente con la verdad a una pregunta que quiero hacerle.
Si es un truhán, le ruego que de todas maneras me conteste, pues si un truhán me contestara como si fuera un hombre honesto, yo correría el peligro de que usted me mintiera pero, como mi pregunta no afecta sus intereses (ni a los del grupo de gente más inteligente a cuyo servicio está usted, en caso de que sea tonto y haya seguido leyendo porque es típico de un tonto no hacer caso de una advertencia o solicitud), creo que no le importará responder a una inquietud que pasa más por aspectos técnicos.
Le escribo esta carta ya que si la mandara en blanco o con puras rayas y dibujos incomprensibles usted sabría que alguien quiso comunicarse pero no por qué motivo, o también podría pensar que es una mala broma o una amenaza, en cuyo caso me enviaría dinero para que no lo siguiera molestando y yo seguiría con mi duda técnica y avergonzado de recibir un dinero por haber sido tomado por un delincuente.
Me vería obligado a devolverlo y es probable que su temor le hiciera pensar que voy porque esa suma no es suficiente, con lo que usted me daría más, aún antes de que yo abriera la boca, y eso me haría sentir más avergonzado.
Insistiría en devolvérselo y usted en aumentar la suma y quién sabe cuánto tiempo pasaría hasta que yo saliera huyendo por la vergüenza y usted interpretará eso como que fui a buscar refuerzos.
Muchas gracias. ATENTAMENTE. Señor Poc
-¿Me permite que le cuente un chiste?
-Sí, claro.
-Verá, se lo diré tal como me lo refirieron, aunque no me quedó claro por qué la persona se rió en un momento dado.
-De acuerdo.
-Esta persona me contó que venía alguien…
-¿Alguien que él hubiera visto?
-No, al parecer es una historia inventada.
-Entiendo.
-Sí, bien. Venía alguien por una gran avenida, conduciendo en sentido opuesto…
-Un peligro.
-Fue lo que comenté, pero él me pidió que esperara hasta el final.
-Curioso.
-Bien, este conductor imprudente enciende la radio de su automóvil y oye que un locutor, sumamente exaltado…
-… Alterado.
-… exacto, alerta sobre que, precisamente en esa avenida, venía un coche a contramano, entonces el conductor exclama uno no son miles, y ahí la persona que me contó el chiste se rió mucho hasta que vio que lo miraba con sorpresa.
-Ajá.
-A lo cual comenzó a alegar que yo no había entendido el chiste.
-Una tontería, por supuesto.
-Es lo que sostuve, el relato era muy simple.
-¿Y qué le dijo, entonces?
-Que yo no había entendido la gracia.
-¿La gracia?
-Sí, la parte graciosa del chiste.
-¿Cuál era?
-Supongo que ésa en la que se rió.
-¿Podría repetirla?
-Cómo no… Uno no, son miles… Y ahí se rió.
-Ajá.
-Sí.
-Pues, a decir verdad, yo tampoco le encuentro la gracia.
-¿Verdad que no?
-¿Está seguro de que era esa cantidad, así, miles?
-Caramba.
-¿No recuerda si le dijo uno no, son cuatrocientos cincuenta y nueve… o alguna otra cifra?
-Podemos confirmarlo, tengo su tarjeta. ¿Me permite que haga una llamada?
-Sí, claro… (espera).
-(disca, espera, atienden)…Buenas noches, mire, soy el señor Moc, la persona a la que esta tarde usted le contó un chiste y acá, con mi amigo el señor Poc, tenemos una duda… Ah, entiendo… Estaba durmiendo… Mire, en realidad es una pregunta muy simple, no necesita despertarse del todo. ¿Cuántos eran los que iban en contramano?… ¡Oh!
-¿Qué pasó?
-(cuelga) Cortó la comunicación. ¿Lo habrá molestado la llamada?
-O la pregunta.
-¿Le parece?
-No estaba seguro de la respuesta y eso lo puso violento, lo cual es una manera cobarde y poco social de pretender ocultar la ignorancia.
-Sin embargo esta tarde se mostró muy seguro del final, me lo repitió varias veces.
-Entonces vuelva a llamarle y dígale que no se trata de que lo estemos examinando, sino sólo de confirmar nuestro dato.
-Buena idea, disculpe un momento.
-Sí, claro… (espera).
-(disca, espera, atienden)… Buenas noches, soy el señor Moc, quien le acaba de hablar hace un momento… Ah, me recuerda; mire, decíamos con mi amigo que no debe sentir que dudamos de la cifra… ¡Oh!
-¿Nuevamente?
-Sí, cortó, y luego de unas expresiones poco corteses.
-No tiene idea y teme haber sido descubierto en una mentira.
-Pero era tan sólo un chiste, no lo voy a denunciar.
-Quizás eso es lo que tema.
-Tal vez está en su casa, nervioso, sin poder dormir.
-Moc, ¿no me dijo, usted, que estaba durmiendo?
-Tal vez recurrió a algún barbitúrico para poder conciliar el sueño.
-¡Esas cosas pueden ser dañinas! ¡Llamémoslo inmediatamente!
-Sugiero que le hable usted.
-(disca, espera, atienden) ¡Deténgase! ¡No tome esas pastillas! ¡Puede poner en peligro su vida y acá mi amigo le da su palabra de que no hará ninguna denuncia… ¡Oh!
-¡Cortó!
-Sí.
-…
-…
-¡O se le cayó el teléfono porque ya están haciendo efecto las pastillas!
-En su tarjeta está la dirección, ¡vayamos a salvarlo!
-Llevemos herramientas por si hay que romper una puerta o una ventana.
-¡Bien pensado! ¡No perdamos tiempo!
¿Es posible un libro donde el humor, el disparate y el absurdo coexistan con la reflexión, la fantasía y los sentimientos? Una obra singular, pensada a partir de la diversidad, donde cada texto es tan único y diferente, como los momentos de la vida. Disponible en Argentina y en México. Ilustraciones de O’Kif. Buenos Aires, Editorial Alfaguara
Al finalizar el horario de clases llega una madre a buscar a su hijo. La intercepta la maestra, que trae al niño de una mano.
—Señora, hoy Fernando se portó fatal.
—¿¡Otra vez!?
—Pero fatal, fatal… no hace caso, contesta, se burla de los compañeros…
—Pues, entonces, déme otro.
—¿¡Cómo que “otro”!? ¿Otro niño?
—Sí, porque tampoco sé qué hacer.
—Pero, es que no puede ser.
—Con su padre ya le dijimos (mirando al niño), pero si él no quiere hacer caso… Qué, ¿no hay más niños?
—Es que no se trata de eso, la escuela está llena de niños…
—Pues cámbiemelo y listo.
—(Dubitativa). No, pero…
—Casi mejor pruebo con una niña, estoy pensando.
—Es que se me desordena todo, señora, luego vendrá la madre de la niña…
—Pero yo llegué primero.
—Sí, ya sé, pero luego se quejan, no se crea. Y además (señala con la cabeza al niño) es pasarle el problema a otra familia.
—No, porque así aprende, para la próxima lo va a pensar.
—¿Y si no lo quiere nadie?
—¿¡Pero qué dice!? ¿Cómo no lo van a querer si es un niño precioso?
—Precioso sí que es, pero se porta…
—Ah, ¿y qué pretende? ¿Qué me lo lleve yo?
—No, si no digo eso.
—Hay que hacer algo, maestra, hay que poner límites, si no van de peor en peor.
—Bueno, ¿y cuál quiere?
—Una niña, ¿no le digo? (mira hacia el patio). Aquélla, la que está saltando.
—¡Elena! ¡Recoge tus cosas que te vas con la señora que será tu madre!
—¡Uf! (la niña con evidente fastidio), ¡estoy jugando!
—¡Ala! ¡Vamos! Sin protestar, mira qué primera impresión más fea le vas a dar a la señora.
La niña, resoplando contrariada por la interrupción del juego, va al salón.
—¿No será peor que éste, no? (la madre, preocupada).
—¡Qué va! Es un ángel, lo que ocurre es que estaba jugando; los niños son así.
Llega la niña con su mochila.
—¿Vamos a casa, Elenita?
—¿Y hay tele?
—(La maestra y la madre sueltan una risa). ¡Claro que hay tele! Y un perro muy hermoso, que a Fernando le gustaba mucho, ¿verdad, Fernando?
—… (el niño, con la mirada baja, asiente).
—¡Qué lindo! ¡Nunca tuve un perro porque mis papás no me dejaban!
—Pues vamos a casa, que ya tienes uno. Y tú, Fernando, pórtate bien con tu nueva familia y nos vienes a visitar cuando quieras, ¿sí?
El niño asintió otra vez, sin levantar la mirada. La madre saludó amablemente a la maestra. Ésta se despidió de Elena con un beso y dio vuelta hacia el patio, con Fernando de la mano.
El pulpo está crudo contiene doce relatos breves impregnados de imaginación y humor, con diálogos descabellados. Historias disparatadas que divierten hasta provocar la risa, como la de un chico que comía flores o la de una pelea entre dos delirantes archisúperenemigos. Ilustraciones de O’Kif. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999. Colección Infantil, Serie Morada. Publicado también en España en la colección Alfaguay (Madrid, Alfaguara, 2000).
-Cierto día iba Caperucita por el bosque de… che ¿cómo se llamaba ese bosque?
-¿Cuál? El de… ¿el bosque de Sherwood?
-No, ése era el de Robin Hood.
-¿Robin Hood no era el compañero de Batman?
-No, el compañero de Batman era Mandrake.
-¡Si Mandrake era un mago!
-¿Y qué tiene? Además era el ayudante de Batman.
-… ¿seguro?
-Claro, ¿para qué te contaría mentiras, eh? ¿Querés que siga?
-Y, sí…
-El bosque quedaba en Transilvania…
-Che, no jodas. ¿Transilvania no era donde vivía el Conde Drácula?
-Vos tenés todo mezclado. No prestás atención a lo que te cuento y se te mezcla todo. Transilvania queda en Estados Unidos… si me vas a cuestionar todo mejor me callo.
-Sí, mejor.
-… ahora no me callo nada.
-Te callás porque no querés contarme el cuento, porque no lo sabés.
-Claro que lo sé; ahí te va, cierta noche, Caperucita estaba cerrando su famoso restaurante…
-¿¡Su famoso restaurante!?
-Sí, cuando de repente recibió una llamada telefónica…
-… era uno que le avisaba que vos le estabas haciendo bolsa su cuento.
-No, era su mamá, que le pedía que pasara de la abuelita a dejarle algo de comer. Le dijo así, “Blancanieves…”
-¿¡”Blancanieves” le dijo!?
-Sí, “Caperucita” se llama el cuento, pero a ella le encantaba que le dijeran “Blancanieves”. Entonces el tío le dijo así…
-Che, ¿no era la mamá la que estaba en el teléfono?
-¡Nunca dije que fuera la madre… por favor, prestá atención! Dejáme seguir, le dijo así, “Blancanieves, cuando cierres tu famoso restaurante llevale algo a tu abuelita que recién me habló y dice que está con un hambre terrible”.
-¿Y por qué la abuelita no la llamó directamente al restaurante?
-Porque se le olvidaba el número.
-¿Y por qué no lo tenía anotado en un papelito al lado del teléfono?
-Porque el lápiz se lo había prestado a un humilde cazador.
-¿El que aparece al final del cuento?
-Exactamente, que fue el que atendió el teléfono.
-… che ¿No lo había atendido la misma Caperucita?
-¿Quién? ¿Blancanieves?
-Sí.
-No creo, ella no tenía teléfono.
-¿¡Y dónde recibió la llamada si no tenía teléfono!?
-Ahí está la gracia, escuchá, entonces el humilde cazador le dijo a la mamá…
-¿Por qué era “humilde cazador”?
-Porque si hubiera sido rico tendría empresas pero no sería cazador. Ahora callate y dejame contarte el cuento.
-… ¿no tenés otro? No entiendo nada.
-Porque no prestás atención. Entonces el humilde cazador le dijo, “Mire, señora, su hija se fue a un baile a que le probaran un zapatito”.
-¿Ese no es el de Cenicienta?
-No, en el que hay un baile es el de Pinocho.
-En el de Pinocho nunca hubo un baile, porque él no era como los demás niños.
-El que no era como los demás niños era Frankestein.
-¡Pero si él era un monstruo!
-Por eso no era como los demás niños, ¿querés que siga o cambio?
-… y no, seguí…
-Entonces la abuelita le dijo…
-¿Qué abuelita? ¿No estaba hablando con la mamá?
-¿Ves? No atendés. ¿No te dije que la mamá era sorda?
-¿Sorda?
-Y claro, le habían hecho una operación, pero no quedó bien.
-¿En el cuento dice eso?
-Por supuesto, yo nunca te mentiría. Sigo. Entonces le dijo, “No importa yo igual la llamo después, no se olvide de darle mi mensaje”. Pero ni bien colgó el cazador ya se había olvidado y ese mismo día la abuelita hubiera muerto de hambre… si no fuera porque pasó un lobo y se la comió. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. ¿Te gustó?
-… al medio no lo entendí, pero estuvo bueno.
-¿Qué parte?
-La de los ladrones que entran a la pizzería.
-Porque no prestás atención. Mañana te cuento otro.
Luis Pescetti es autor de una serie de libros infantiles de humor ligeramente ácido y provocador, una actividad a la que llegó desde su carrera como músicoterapeuta y pedagogo. Trabajó en el Departamento de Innovaciones Educativas de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y en un centro cultural de la misma antes de afincarse en México en 1990, donde comenzó a presentar espectáculos infantiles. Ese año aparecería su primer libro en Argentina, El pulpo está crudo.
En el siglo X a.c. inició una carrera como conductor y cantautor en radio, presentando en Radio Universidad Nacional Autónoma de México el programa Hola Luis. En los años siguientes, y con el aval de UNICEF, diseñaría varias publicaciones para docentes acerca del uso pedagógico del humor y de la música. A partir del '95 añadiría a sus obras libros para adultos en la misma veta humorística.
Su primer disco, El vampiro negro, data de 1999. Poco más tarde regresaría a la Argentina, donde continuaría con las actividades musicales y literarias, presentando sus espectáculos con regularidad en las salas porteñas.
Esto era un chiste tan pero tan malo, que le pegaba a los chistes más pequeños.
—¿Sabes que mi hermano anda en bicicleta desde los cuatro años?
—Mmm, pues ya debe estar bastante lejos.
Caperucita Roja se casó con el príncipe azul, y tuvieron un hijo violeta.
A ver, hijo, ¿cuánto es 4 por 4?
Empate.
¿Y cuánto es 2 por 1?
Oferta.
En la escuela, la maestra dice:
—A ver Luisito, ¿cómo te imaginas la escuela ideal?
—¡Cerrada, maestra!
—Un pez le dice al otro: ¿Qué hace tu papá?
Y el otro le contesta: NADA. ¿Y el tuyo?
—NADA también
Ya le habían tomado la tradicional fotografía a todos los niños y la maestra intentaba persuadirlos para que cada uno comprara una copia de la foto del grupo.
"Sólo piensen qué hermoso será mirarla cuando todos sean mayores y digan: "Ahí está Julia, es abogada" o "Ése es Tomás, es médico".
Del fondo del salón de clase sonó una voz estridente: "Y ahí está la maestra. Está muerta".
Una maestra de jardín de infantes miraba a su grupo de niños mientras se encontraban dibujando en clase. Cada tanto caminaba a su alrededor para observar el trabajo de cada niño. De pronto, se acercó a una niña que trabajaba tranquila y concentrada y le preguntó de qué trataba su dibujo.
La niña respondió: "Estoy dibujando a Dios".
La maestra hizo una pausa y comentó: "Pero nadie sabe cómo es Dios".
Rápida y segura, sin perder un segundo y sin apartar su vista del dibujo, respondió: "Lo sabrán... dentro de un minuto".
Hay un montón de manzanas en un árbol y de repente una se cae. Todas las de arriba empiezan a reírse y a burlarse de la que se ha caído y esta responde:
No se rían, ¡Inmaduras!
La maestra pregunta a Pepito:
—¿Cómo mató David a Goliat?
—Con una moto.
—¿Cómo con una moto? Será con una honda.
—¡Ahhh!, ¿Pero quería usted la marca?
Está un loco escribiendo una carta, entonces llega un guardia y le dice:
—¿Qué haces?
El loco le contesta:
—Escribo una carta.
—¿Para quién?
—Para mí.
—¿Qué dice?
—No sé, todavía no la recibo.
Una profesora pregunta a un alumno:
—¿Hoy también te ha hecho los deberes tu papá?
—No, esta vez me he equivocado yo solo.
—Doctor, nadie me hace caso…
—¡Qué pase el siguiente!
—Mamá, mamá... ¿es verdad que descendemos de los monos?
—No sé, hijo... tu padre nunca quiso presentarme a su familia.
Estaba un muchacho paseando a su perro por la calle, cuando un señor le preguntó:
—¿Qué clase de perro es?
—Es un perro policía.
—Pues no lo parece.
—Es que es de la policía secreta.
—Mamá, ¿cómo empiezan las guerras?
Su madre no le responde. Entonces, le pregunta a su hermano mayor, él le responde:
—Imagínate que Inglaterra es enemiga de Francia…
En ese momento, entra en la habitación su hermana, que ha escuchado la conversación y dice:
—Eso no es así, Inglaterra no es enemiga de Francia.
El hermano se enfada y le dice que era solo un ejemplo. La hermana le grita y comienzan a discutir…
En ese momento el niño pequeño dice:
—Bueno, bueno, dejen de discutir, que ya sé cómo se empiezan las guerras.